viernes, 18 de marzo de 2022

CON EL VIENTO SOLANO

 


“Con el viento solano   de Ignacio Aldecoa

 

Acabo de leer este libro del autor Ignacio Aldecoa (Vitoria, 1925- , Madrid 1969), escritor que se podría encuadrar en “la generación de los niños de la guerra.”

Este libro trata de una huida que dura una semana. El libro está estructurado en siete capítulos, que se corresponden cada uno con un día de la semana.

El protagonista es Sebastián Vázquez, un gitano de veintinueve años, natural de Talavera (Toledo), que huye de la guardia civil, porque ha matado a un miembro de este cuerpo.

El libro empieza con una borrachera y termina con otra. En el trascurso de la primera borrachera tiene una pelea con un tabernero al que hiere con un vaso roto en la cara. Huye porque llaman a la benemérita, es perseguido y en esas dispara contra un guardia y sigue huyendo. En esta huida marcha primero a Madrid, allí encuentra a un viejo que había estado veinte años en la cárcel. Cuando se enteran, por los periódicos, que el guardia había muerto, le da todo el dinero que tiene, 120 pesetas para que se marche.

Luego marcha a Alcalá de Henares, donde vive un tío suyo, tratante de ganados, pero su tío no lo quiere ver en su casa, para que no lo impliquen en el asesinato, le dice que su madre está en Cogolludo. Hace el viaje en un camión con un faquir, come vasos de cristal, del que envidia su libertad, el poder ir a donde quiera.

Ve a su madre y sus hermanas brevemente y vuelve a huir.

Llega a un pueblo, que está de fiesta, se coge otra borrachera tremenda y decide entregarse en el cuartel de la guardia civil. Así termina.

El libro refleja perfectamente la España de postguerra, en un lenguaje parecido al de Pio Baroja.  Se utilizan muchas palabras procedentes del caló, dado que el personaje es gitano, pero es tratado sin ningún atisbo de racismo. Hay otras muchas palabras del castellano de aquel tiempo, que muchos jóvenes actuales no sabrían su significado porque han quedado en desuso., por ejemplo: bálago, trillos, cagajones y otras muchas.

El libro me ha resultado interesante. Sólo que la edición que yo he leído estaba mal encuadernada y un cuadernillo tuve que leerlo al revés, desde el final hacia delante.


sábado, 5 de marzo de 2022

RECUERDOS: FABRICACION DE CARROS DE MADERA

 



RECUERDOS: FABRICACIÓN DE UN CARRO DE MADERA.


Mi padre y tíos se dedicaron al oficio de mi abuelo, construir carros de madera. Los llamaban “los carreteros”.

Construir un carro de madera no era nada fácil. La primera operación era seleccionar los árboles de donde se iban a sacar las maderas. Principalmente encinas, robles y pinos.  La madera de encina se empleaba para las ruedas, la de roble, largos robles, para la pértiga, y el pino para el resto del carro, que llamaban el “sojao”.  Los árboles se compraban y había que ir a talarlos al campo. Con herramientas primitivas: hachas, y una sierra grande que se accionaba con dos personas, una a cada extremo. Luego había que transportar la madera al taller.

 El taller estaba situado en el barrio de la Pica, en Cilleros, justamente donde ahora tiene la casa mi prima Gloria. Inicialmente era un caserón a dos aguas, con un amplia puerta y buenas ventanas, de madera. El edificio tenía dos pisos, sólo que el de arriba, estaba limitado por vigas de madera y era allí, donde se ponía a secar las maderas, después de serrarla convenientemente.

 Para serrar la madera, mi padre, inventó una serradora de madera que se movía con un motor de explosión. De esta máquina no me acuerdo -solo lo menciono porque mi padre me lo dijo. Luego compraron, de segunda mano, una serradora y una cepilladora metálicas. Éstas sí las vi funcionar. A la serradora mi padre le puso, al lado, un artilugio de madera -que lo llamaban: el carro-. este se desplazaba sobre raíles metálicos. A él se subía los grandes troncos, que se sujetaban con ganchos y, para acercarlos a la sierra, se valían de unas manivelas que accionaban a la vez, a través de una cadena de bicicleta -puro ingenio.

Una vez que las piezas de madera eran cortadas convenientemente, se subía a la parte superior del taller y se dejaban secar dos o tres años.

La construcción de las ruedas se empezaba por la parte central, la “maza”, generalmente se utilizaba un buen trozo seco y sano de encina, primero se torneaba, dándole forma, luego se le hacía en el centro un agujero bastante grande donde se instalaba una pieza de hierro fundido, por donde pasaría el eje de la rueda. A continuación, se perforaban en toda la circunferencia de la maza los agujeros por donde pasaría los radios de la rueda, primero se taladraban y luego se le daba forma, a mano con escoplo y martillo de madera. Estas operaciones las solía hacer, muy bien, mi tío José. 

Al mismo tiempo los otros hermanos: mi padre, Bernardino y mi tío Félix, preparaban el resto de las maderas, los radios – que eran rectos- y las pinas-que cada una llevaba la curvatura que precisaba la rueda. Primero se metían los radios fuertemente en la maza, luego, en el extremo libre se le hacía una espiga cuadrada, que entraba perfectamente en un agujero del mismo tamaño labrado en las pinas. Recuerdo que medían la longitud de la circunferencia de la rueda con una ruedita que daba vueltas alrededor de la  de la rueda. Las dos ruedas del carro debían medir lo mismo.

La operación más difícil era ponerle el aro de hierro.  Los aros se compraban en una barras largas y gruesas de hierro, que había que darle la curvatura necesaria, un poquito más pequeño que las ruedas. Esta curvatura se hacía a fuerza bruta, pasando la barra por una especie de torno que se accionaba ambos lados a fuerza y a martillazos- a veces le ponían una especie de arenilla, para que la barra de hierro, al pasar, no patinara. Conseguida la curvatura deseada, se procedía a pegar los extremos. Para esta tarea se empleaba, un principio, la fragua.  Se ponía el aro sobre el fuego de la fragua, por la parte que había que soldar, hasta que el metal se quedaba al rojo vivo, y luego, entre los tres hermanos, llevaban el aro al yunque y a fuerza de martillazos, lo soldaban. Posteriormente, “los carreteros” compraron la primera soldadora eléctrica que hubo en el pueblo, y aquello ya se hacía mejor.

Una vez que los aros estaban soldados había que ponérselo a las ruedas. Esta operación se hacía en un pequeño huerto que había detrás del taller.  La operación consistía en poner los aros en el suelo y cubrirlos con abundante leña, se le prendía fuego y se esperaba a que los aros se calentasen bastante, a veces, al rojo. Al calentarse los aros se dilataban -pura física-, se cogía con unos instrumentos largos de hierro, se ponían sobre cada una de las ruedas e inmediatamente – las mujeres: mi madre y mis tías, empezaban a echar aguar para que el aro se enfriara. Al enfriarse, disminuía de tamaño y quedaba perfectamente apretando la rueda.

La construcción del resto del carro era tarea más fácil. Se organizaba a través de la pértiga – palo largo donde se pondrá la yunta que tirará del carro. En un extremo se le poner los aparatos que servían para poner el yugo, en el otro extremo se ponía un soporte de madera que formaba la base del carro. Debajo se ponía el eje, generalmente los ejes   no los hacían, sino que los compraban en almacenes de hierro. Sobre el soporte se ponían los laterales del carro, todo ello sujeto con abundantes herrajes. Esta parte se hacía, principalmente de madera de pino.

Terminado el carro, se procedía a pintarlo, recuerdo que en esta operación mi madre Nati, y mis tías: Ángeles y Teresa hacían verdaderas obras de arte, pintando flores y guirnaldas. Los carros que salían del taller de los “carreteros”- eran muy buenos y apreciados por los agricultores de toda la comarca.

 


Los carreteros:  sentado: José; de pie: a la izquierda: Félix; a la derecha: Bernardino, mi padre.